A word by my soul...

La proyección de nuestros más grandes miedos...

lunes, 4 de abril de 2011

Capítulo 1


PASADO


La puerta al fondo del túnel principal se abrió de par en par, y gramos y gramos de polvillo cayeron de las paredes regándose por el suelo.
La siguiente puerta cedió como si la hubiera derribado una manada, y mi captor y yo entramos.
Lo único que podía ver eran los pasillos y la estructura del subterráneo que se dibujaban en medio de mi desastre personal, todo lo demás, no necesitaba mirarse, era pura sensación cruda y desesperante.
— ¡Camina…!—Scott, el enorme capitán del equipo de fútbol americano—parecía que los clichés era obligatorios en la vida de los menos afortunados, o sea yo—me empujaba como si jugara un partido conmigo en la posición del balón, mientras yo anclaba los pies en el suelo de asperón como si pudiera enterrarlos, resistiéndome a avanzar— ¡Camina Stern, camina!
Los gritos de Scott y los míos de resistencia, combinados, se propagaban por el espacio abierto, formando ecos en ascendente que viajaban a lo largo de las cúpulas, despertando de repente aquel sitio dormido.
— ¡No…no! ¡Alto, Van Heleen! 
Yo luchaba con uñas y dientes, aferrándome a permanecer fuera de las catacumbas; por nada del mundo—era claro—habría entrado por voluntad propia.
— ¡Escucha, Scott, no estaba molestando a Victoria, solo la saludé! ¡Déjame ir! ¡No te he dado motivos!—rogaba, yo rogaba, porque en ese momento no me importaba mucho mi dignidad, lo que me interesaba era deshacerme de la ruta a la que me dirigía.
Victoria, la novia de Scott era la chica más hermosa de todo el colegio, era pelirroja, parecía un ángel, y desafortunadamente entendí (muy tarde) que no debía ni voltear a verla, pues probablemente su novio andaba muy alto de hormonas— ¡Scott, yo no soy competencia para ti…! ¿Qué más da que alguien como yo la salude? ¡Ella hace como que no me conoce!
Yo temblaba como una hoja mientras que Scott me estrujaba con sus enormes puños alzándome en el aire, a punto de entrar a la sala principal del subterráneo.
—Tú no comprendes, Stern, no necesitas decirme que no eres competencia; no lo eres, ni nunca lo serás, pero quiero que te quede claro algo…—dijo acercando su rostro al mío, tanto que pude apreciar el brillo de su magnífico cabello rubio cenizo— No puedes desear con ese descaro algo que es mío. Además, no te soporto.
— ¿Yo que te he hecho? —le grité; estaba a nada de fundirme con su cara— Victoria no me habla desde que salen ¿Por qué me odias tanto?
Pero nunca ha sido fácil desentrañar la mente de los abusivos. Nunca.
Y aquella vez no iba a ser la excepción. Menos si era yo el que se beneficiaría si eso pasara.
Proféticamente, me arrastró por el pasillo, sin hacer caso de mis patadas, contorsiones, intentos fallidos de fuga, y mis otras cualidades inútiles de agilidad, y cuando ya habíamos cruzado por completo aquel pasaje, nos encontramos con una enorme puerta de madera de dos tablas que nos bloqueaba el paso.
La puerta de mis pesadillas.
Raramente, el candado en la aldaba estaba abierto.
 —Vas a entrar, Stern y te quedaras aquí, y veremos si vuelves a mojarte cuando salgas—me gritó salpicándome la cara de saliva.
—¡¡¡No…!!!—la cordura me abandonó de una forma tan lastimosa que inclusive pensé que de no ser—para mí—una situación tan grave, habría sentido vergüenza por semejantes gritos. .
Aquello era como un deja vu, pero no porque me hubiera sucedido antes, sino porque la sensación de derrota me era ya muy conocida.
Había sido parte de mi ridículo intento de desarrollo.
Van Heleen ató el nudo de la cuerda muy apretado alrededor de mis muñecas, no podría moverme ni un ápice, no sin ayuda, o no sin arrastrarme mucho.
— ¿Por qué haces esto? ¿No éramos amigos? ¡¡Dijiste que nunca lo dirías!!
— ¡Y no lo voy a decir, Tom! Sólo voy a hacer uso de tu desgracia para saciar mi enfermiza ira hacia ti…
Por lo menos comprendía que lo que hacía era enfermo.
Lo último que vi fue el puño de Scott viajando a mil por hora hacia mi cara.


Abrí  los ojos.
Y en ese efímero parpadeo deseé con todas mis fuerzas no haberlo hecho.
Aún estaba en el subterráneo, donde Van Heleen me había dejado atado, y con la cara doliéndome horriblemente.
Los recuerdos llegaron en el peor de los momentos y volví a sentir ese miedo viejo pero vigoroso que tanto odiaba, y que conocía muy bien.
Un día, de hacía varios años, jugaba con mi mejor amigo de esos días, Scott Van Heleen—ahora me parecía una ironía muy amarga—en un parque que hay a unas cuadras de mi casa; nos gustaba ir debajo de un puentecito que piedras y adoquines que saltaba un arroyo muy bajo y arrojar piedras al agua, y cualquier tontería que nos permitiera mojarnos y atascarnos de lodo.
Ese día, escuchamos un ruido.
Un sonidito bajo y melodioso, como una tonada emitida con la nariz, que sonaba lejana y triste, y muy atrayente, o tanto como podía resultarle a un niño de esa edad, que además era muy curioso.
— ¡Hey, Scott! ¿Escuchas eso?—le dije a Scott mirando hacia la entrada del subterráneo, un pequeño huequito entre unas, aquel canto salía entre las peñas como agua deslizándose entre los dedos.
Scott me miró, desconfiado, sosteniendo aún la gran piedra que planeaba lanzar al fondo del canal.
—Yo no escuché nada…
—Claro que sí, pero si lo aceptas tendrás que ir conmigo a ver—le dije torciendo la boca como un pato, me paré como uno también y puse las manos en asas, tratando de intimidarlo.
—No tengo que ir contigo a ningún lado, vine a revolcarme en el lodo y eso voy a hacer—Scott se enfurruñó y siguió con lo suyo, fingiendo que yo no existía.
Entonces, decidí que tenía que ir solo.
Me atoré en el hueco que constituía la entrada a las catacumbas, me demoré unos instantes mientras Scott se burlaba de mí, hasta que me hice más delgado y logré entrar. Caí de cabeza por una pared empinada que parecía una resbaladilla y aterricé en el piso dándome una vuelta de oso.
No pensé—después de esa caída— en otra cosa que no fuera la enorme suerte que había tenido, porque el haber entrado ya era un triunfo para mí.
Me levante, me sacudí el trasero de arena y traté de acostumbrar la vista a la iluminación del lugar.
Pensé que era raro que hubiera antorchas encendidas, porque por lo que podía deducir, alguien debía haberlas encendido, y se suponía que eso estaba abandonado.
No me di cuenta de que el canto había cesado hasta que volví a escucharlo, igual que afuera, era una tonadita dolorosa.
Se me encogió el estómago, que era el lugar que en ese entonces albergaba mis más intensas emociones…
Comencé a caminar, tratando de seguir el canto; había muchos corredores, pero a medida que recorría el que estaba frente a mí, la melodía se hacía más fuerte, más fácil de distinguir. Llegué a lo que parecía el pórtico más amplio y el más iluminado, y al final había una puerta, muy grande y ancha, de madera, con un candado, cerrado por supuesto; y aunque eso me desanimó un poco, no me detuve, me acerqué y traté de mirar por entre las grietas en la madera.
Dentro había libros, en libreros, claro, mesas, y…
Mesas y…
Una pecera gigante.
Y la música se volvía más fuerte…casi podía entenderla, aunque no conociera las palabras que formaban la canción.
Y dentro, había…
— ¡OYE, MOCOSO, QUE HACES AQUÍ DENTRO!
Salté del susto, y me despegué del portón, miré hacía la voz que me había gritado.
A izquierda, al fondo del corredor  había un hombre vestido con una bata larga y oscura; era viejo y feo.
Sin embargo, lo más aterrador en ese momento, y ahora, fue que, a la altura de sus rodillas, había “algo” pequeño que parecía una persona: tenía los ojos desmesuradamente abiertos, tanto que creí que se le saldrían, sonreía, con una mueca desquiciada, un hilo de baba le escurría por un lado de la boca, tenía los brazos mucho más largos de lo normal y la piel parecía quemada.
Caminaba en cuatro patas, casi arrastrándose con un rictus de dolor constante entremezclado con su sonrisa perturbada. 
Era el rostro de mis más horribles pesadillas.
Me quedé inmóvil, observando a aquella criatura moverse de forma terrible, sintiendo como se me erizaba la piel con solo mirar.
— ¡JUDAS, MÁTALO!—aquel anciano feo y encorvado gritó y la criatura a su lado comenzó a “caminar” moviéndose de manera repugnante, sacudiendo todos sus deformes miembros, acortando la distancia entre nosotros.
Retrocedí con miedo a estar paralizado, entonces, la criatura comenzó a gruñir, a emitir un ruido sordo, como si un animal herido se lamentara; tenía la sangre helada.
Y corrí; corrí tanto como mis vergonzosas piernas me lo permitieron, tratando con desesperación de encontrar la salida, memorizando los túneles que había recorrido para llegar hasta ese punto en el que me encontraba.
Sentía las lágrimas salirse de mis ojos, involuntarias, raudas, y escuchaba el jadeo y los miembros arrastrados de Judas detrás de mí, la risa burlona de aquel viejo ante mis lagrimas, y a la criatura acercándose cada vez más…
Sacudí la cabeza, tratando de olvidar los recuerdos, porque eran eso, recuerdos, aunque dolorosos y crueles, pero que regresaban de una forma desgraciada.
Porque la verdad era que por muy pasado que fuera, aquí estaba otra vez, metido en este maldito lugar del demonio del que con esfuerzos a duras penas había logrado salir.
¡Tenía que estar salado!
Había tardado tan tiempo en deshacerme de la fama de moja-pantalones, tanto tiempo en el que nadie me creyó lo ocurrido, tiempo en el que me esforcé tanto por olvidar lo que había visto, sentir el mismo miedo en sueños al ver como Judas me perseguía, para inmediatamente despertar con aquella melodía nasal que me había hecho entrar a las catacumbas.
Hasta que un día, yo mismo llegué a creerme el cuento de que nunca había visto nada; pero esta noche todo parecía confirmar mis sospechas.
Yo siempre dije la verdad, y Judas, el viejo, y el canto proveniente de la cisterna, todo había sido real, y quizá, si tenía muy mala suerte, todo seguía aquí.
De pronto, la calma se rompió, y mi sangre se heló al escuchar una melodía baja y gutural que provenía de un lugar detrás de mí. Me encontraba dentro de aquella habitación a la que no había podido entrar hacía tantos años; lo sabía porque la puerta de madera estaba delante de mí, cerrada, pues al parecer Van Heleen se había encargado de ella. Me arrastré tanto como pude haciendo acopio de fuerza y con el costado izquierdo más que raspado contra el suelo visualicé el lugar de donde venía el ruido.
En centro de aquella sala había un enorme tanque lleno de agua con una base metálica, lo que parecía una bomba de oxígeno estaba, empotrada a un lado emitiendo una serie de ruidos que parecían indicar que estaba funcionando.
Y dentro estaba lo que producía aquel hipnotizante sonido.
En las aguas verdosas y levemente iluminadas por las antorchas, flotaba un ser.
Contuve el aire mientras mis ojos se llenaban de la impresionante y absurda visión, y poco a poco, la imposibilidad se me fue rebajando, al mismo ritmo que mi curiosidad que no había desaparecido con los años, y a pesar de lo malo que me había causado, empezaba a ganar fuerzas.
Unas más fuertes que yo.
Una criatura completamente sobrenatural estaba dentro de la cisterna, con las manos pegadas al cristal, en las que se le podían ver diez finas garras negras donde la gente común tendría uñas cortitas y color carne; su rostro pálido hacía muecas de extrañeza cuando sus labios se pegaban al cristal como soplándolo, y sus ojos rasgados y de pupilas rojas que se parecían mucho a los ojos de las hadas y criaturas fantásticas en los libros infantiles, me miraban fijamente, parpadeando.
Tenía los cabellos largos y negros, como serpientes brillantes y ondulantes que se movían alrededor de su rostro, enmarcándolo, y tenía una cola.
Tenía una cola.